Abstract
El acoso sexual dentro del mundo del trabajo se traduce en una de las diversas y
recurrentes formas en que puede manifestarse el flagelo de la violencia contra la mujer.
Aquél se encuentra caracterizado por desplegarse, en la mayoría de los casos, en un
contexto de asimetría de poder donde el varón –acosador– reviste una posición jerárquica
superior en relación a la mujer –víctima– que, echando provecho de ello, le realiza
requerimientos de naturaleza sexual, no queridos ni consentidos por aquella. Estos
requerimientos son realizados bajo las más variadas amenazas que escalan desde el
sufrimiento de toda clase de perjuicios en su lugar de trabajo hasta la pérdida de su puesto
laboral. Es así que el ámbito de trabajo se convierte en un entorno intimidatorio,
humillante y discriminatorio que atenta contra todos sus derechos como persona y
trabajadora (Temis, 2013).